Escribe Pedro Francke
Todas las ciudades del mundo regulan el sistema de taxis. Los taxis
atienden necesidades importantes: yo mismo, que me encuentro con una pierna
fracturada sin poder apoyarla, dependo hoy de los taxis para moverme por Lima.
Pero sin darnos cuenta, de a poquito en
poquito, un exceso de taxis también trae efectos negativos, tanto para el
interés público como, paradójicamente, para ellos mismos. Es lo que los
economistas llamamos externalidades.
La externalidad negativa más obvia del exceso de taxis es la
contaminación de la ciudad. Los taxis dan vueltas y vueltas vacíos, consumiendo
combustible y emitiendo gases. La contaminación del aire en Lima, según un
estimado del Banco Mundial del año 2005, provoca enfermedades respiratorias y
cardiovasculares que producen cada año 2,765 muertes y pérdidas económicas de 1,200
millones de soles. Evidentemente, esos taxis viejos y destartalados que todavía
son comunes, son los más contaminantes.
Otro
problema es que los taxis vacíos, buscando pasajeros y deteniéndose en las
esquinas cuando la luz está verde, hacen mucho más lento el tráfico. Hace
unos diez años, este efecto no era importante, porque no había tantos carros en
Lima y las avenidas no estaban tan llenas. Pero hoy el exceso de taxis hace que
todos, viajemos en combi, en bus o en carro, vayamos más lento y perdamos
tiempo, ánimo y calidad de vida.
Pero hay otro efecto negativo del
exceso de taxis y éste se produce sobre ellos mismos. Al haber demasiados taxis sin regulación, estos
tienen que circular vacíos, gastando combustible sin obtener ingresos.
Personalmente, estoy gratamente
sorprendido por una compañía de taxis a la que se puede llamar por celular y le
mandan un taxi adonde usted esté en 10 minutos. Sus taxis no andan circulando
por la ciudad llenando las calles, agravando el tráfico y contaminando; cuando
no tienen pasajero, se detienen a esperar que los llamen. La empresa funciona
con un sistema computarizado y georeferenciado (basado en GPS) de tal manera
que los taxis van al cliente que esté más cerca.
Estamos en el siglo XXI. No podemos seguir llenos de taxis informales
y contaminantes como nos dejó Castañeda. Como en cualquier ciudad del
mundo, los taxis limeños deben estar registrados y regulados. A algunos
taxistas no les gusta y quieren seguir sin pagar sus multas y circulando con
carros viejos muy contaminantes. Pero eso no es lo que queremos los limeños.
Mejorar el sistema de taxis de
Lima seguramente impone obligaciones a taxistas que no son, sin duda, personas
ricas o acomodadas. La enorme desigualdad del ingreso y la falta de empleo que
produce el actual modelo económico, hace que los efectos sociales de la reforma
del transporte de Lima necesita se sientan más. Pero no podemos seguir
esperando. La Municipalidad de Lima hace
bien en NO detenerse en las reformas que la ciudad necesita. Los
ministerios de transportes y de trabajo debieran poner el hombro en este esfuerzo
apoyando el chatarreo y la reconversión laboral.
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