domingo, 9 de junio de 2013

Izquierda: que no haya soledad


 
Escribe Pedro Francke

La foto: Ollanta con Alan García, Toledo, el fujimorista Aguinaga, Castañeda y PPK. Falta la izquierda. El Congreso: Mulder ataca a Nadine mientras sonríe por las desgracias de Toledo y espera que el escándalo de los narcoindultos de su jefe Alan sea olvidado.  Falta la izquierda. Medios: El indulto si o el indulto no, pero los aplausos a la política económica son unánimes aunque esta no tenga nada que ver con el plan de gobierno que sustentara nuestro actual presidente, realismo de gobierno que le dicen. Falta la izquierda.
 
Problema de un sistema político podrido, de un presidente que traicionó sus ideas y sus bases, de un poder económico concentrado que influencia reportajes y carátulas. Problema de una izquierda que todavía anda medio desorientada y a la que la partida de Javier DC le deja un vacío difícil de llenar pero también una nueva oportunidad porque no nos apellidamos Buendía ni somos una estirpe condenada a cien años de  soledad y luego borrada de la faz de la tierra y la memoria de los hombres.
 
Rearmar todo el tablero
No solo falta la izquierda, faltan partidos de todo signo. Eso no es problema para quienes quieren darle continuidad al neoliberalismo y seguir postergando derechos; para quienes no les importa la democracia; para quienes las ganancias privadas concentradas en pocas manos son más importantes que el bienestar de millones. A ellos les basta engañar al pueblo cada 5 años y seguir distrayéndolo con carátulas biliosas, reportajes oportunistas, vírgenes que lloran, un futbol en desgracia y el deporte del reality televisivo. Les basta mantenerse en el gobierno, ya sea porque ganan las elecciones con harta propaganda o porque capturan al presidente electo.

Una alternativa de cambios tiene que sacar su fuerza de la gente y restablecer la democracia, volverle a darle ese sentido profundo del gobierno de, por y para la gente. No puede haber gobierno de izquierda solo flotando en las ondas radiomagnéticas hoy controladas por pocos y controladoras de muchos.
 
Pero construir una gran organización de izquierda se enfrenta al sentido común de los peruanos: la política es un negocio; págame para que haga campaña a tu favor; devuélveme mi tiempo dándome un empleo y si puse algunos fondos exijo algunos contratitos o contratotes; a cuanto el puesto de la lista pero claro que más arriba es más caro; y si no tienes caja no haces campaña así que anda preparándote para tu reelección juntando fondos propios desde que llegas al gobierno. Que importan las ideas, los programas, los partidos; abajo los políticos tradicionales viva yo que soy nuevo y sé ocultar mi hambre de ganancias fáciles; si engaño a un incauto mejor porque me sale más barato; ya cuando llego me olvido de todo lo que dije total así es la vida porque todo en la vida es sueño y los sueños sueños son.
 
Reconstruir la izquierda no es solo llenar un vacío, completar el ajedrez político con el ejército de las piezas negras, porque ese juego desapareció en el Perú. No sólo hay que armarlo de nuevo para que haya equipos y no solo reina y peones, se necesita un juego nuevo donde haya pensamiento y no solo publicidad, donde haya democracia y no solo acomodos, donde habite lo público y no solo se disfrace el interés privado.    
 
Nuevas agendas, nueva izquierda
Un par de semanas atrás, en un encuentro con simpatizantes de Tierra y Libertad en La Merced, un señor algo mayor que evidentemente había sido militante de la izquierda, decía que ya no podíamos ser de izquierda porque la idea del predominio absoluto del estado y la igualdad habían demostrado no funcionar con la experiencia de la Unión Soviética. Le respondí que a estas alturas de la historia, proponer un modelo norcoreano era absurdo; como respondí a un entrevistador en Huancayo que no solo no nos considerábamos marxistas sino que ni siquiera habíamos discutido esa idea colectivamente – el marxismo ya no es un referente ideológico único para nadie. Esa vieja izquierda ya murió, pero las ideas de la justicia social, la democracia radical y el rechazo a toda opresión, bases ideológicas de las izquierdas, siguen siendo válidas, tal vez hoy más que nunca.
 
Inventan que somos verdes para ocultar que somos rojos. Una tontería.  No somos ecologistas porque somos socialistas, pero ser verde hoy demanda recuperar el sentido de lo público por sobre lo privado. No hay fracaso más grande del “libre mercado” que el habernos llevado a una situación en la que el planeta y la humanidad entera corre riesgo por el calentamiento global que el capital descontrolado ha provocado. Y si, pues, responder a esa crisis ambiental mundial requiere que el mercado sea sometido al bien público, con políticas que solo pueden ser decididas en democracia y con la gente. Si los ultraliberales pudieran freírse solos bajo los rayos ultravioletas de una atmósfera sin ozono y sancocharse en un planeta recalentado, podríamos dejarlos ser víctimas de su propia ideología, pero no es así. En este gran barco llamado Tierra estamos todos juntos.
 
Las nuevas agendas se juntan, sin embargo, con las viejas. Porque la crisis financiera del 2008, cuyas consecuencias aún hoy detienen el crecimiento mundial, trajo de regreso la necesidad de un estado regulador de las finanzas, controlador de la especulación financiera que concentra ganancias y socializa pérdidas y keynesiano en la dirección de la macroeconomía. La crisis trajo de regreso también la crítica radical a una desigualdad creciente en el mundo, critica ética y de la razón. ¿Cómo justificar que el hijo de un jeque árabe se gaste 20 millones de dólares en 3 días en Eurodisney festejando su bachillerato? ¿Cómo sostener que los banqueros que generan pérdidas por trillones siguen con sueldos millonarios, tras ser rescatados con la plata de todos por los mismos gobiernos que reducen sueldos a los maestros y recortan derechos laborales a obreros mileuristas?
 
La nueva agenda ambiental es también una agenda de justicia social y democracia. ¿Cómo nos darse cuenta que los mismos que ganan millones desde una oficina en Zurich son los que contaminan las aguas afectando no solo el ambiente sino también los exiguos ingresos de campesinos en Cajamarca o Espinar? ¿Cómo no observar que no solo toman decisiones globales que afectan a millones ajenos a cualquier escrutinio público desde sus escritorios mirando los alpes nevados, sino que reciben informes de inteligencia basados en escuchas ilegales y luego firman contratos pagando a la policía peruana que detendrá manifestantes y los llevará presos a una comisaría dentro de la propiedad privada de la trasnacional?
 
País partido, partidos partidos
Hablamos, sin embargo, de reconstruir democracia y partidos en un país partido. En Espinar, el pueblo se ve afectado porque la contaminación de sus ríos por Xstrata – Tintaya mata a sus llamas y alpacas, pero luego de protestas que dejaron 4 muertos todavía no consiguen soluciones. En San Isidro, 8 vecinos protestan con un cartel porque el exitoso reordenamiento de la Javier Prado hecho por el municipio metropolitano hace pasar más carros frente a sus casas y en pocos días el Concejo distrital de San Isidro cambia de sentido las calles, agravando el tráfico en la avenida principal.
 
La exclusión y las discriminaciones se tocan y sienten todos los días en Espinar, donde el pueblo K´ana es luchador y unido. El mismo principio de derechos e igualdad que anima a los espinarenses, respira en las demandas de las mujeres por espacios de participación política hoy expresados en la ley de alternancia, en la lucha de los trabajadores por un sindicato que los defienda y en la exigencia del matrimonio igualitario de homosexuales y transexuales. Los derechos y la igualdad son banderas que nos unifican a las izquierdas, pero ¡carajo que distinto se sienten! ¡qué diversas las formas de expresarse, de organizarse, de pensar!
 
La inversión privada, tan presente en cada esquina de Lima, con sus marcas importadas y gerentes de alto sueldo, no existe en Celendín donde a lo más hay algunas pymes con hotelitos, pequeños comercios y unas radios ferozmente pro-mineras; allá la única inversión grande es la que quiere robarles las lagunas y contaminar sus aguas a los shilicos. Las rondas campesinas, tan fuertes en Cajamarca, presentes en la vida cotidiana como las únicas instituciones de justicia realmente existentes, contrastan con la debilidad de la organización social en Lima. ¿Cómo armar un discurso unificador con tantas diferencias? Tremendo reto. No es de extrañar que, aunque podamos tener una argamasa ideológica que nos une, las diferencias en la acción práctica, en la propuesta concreta, en la vida organizativa, son enormes y difíciles de reconciliar entre las izquierdas.
 
Dentro y fuera del Estado
Si Lima, Celendín y Espinar parecen habitar en planetas diferentes, las distancias no son menores entre quienes detentan cargos en el estado y quienes empujan los cambios desde la sociedad civil y las organizaciones sociales. Habiendo estado en ambos lados, sé lo que digo. Ambas experiencias tienden a pensarse únicas, dominantes, exclusivas, detentoras de todas las posibilidades de cambios.
Desde el estado, la urgencia de hacer cosas prácticas es absorbente mientras se enfrentan límites reales e imaginarios. La tentación del realismo castrador es grande; aunque los cambios que se logran sean mínimos, son reales, pero su importancia se exagera. Las visiones globales se dejan de lado y se concilia más de lo que se debe. Nunca faltan los que terminan atrapados por la ambición de un pequeño poder. Al mismo tiempo, la experiencia en la gestión pública le ha dado a los cuadros de izquierda una capacidad y una imagen práctica que la gente valora.
Desde los movimientos sociales, las banderas llamean en alto, la firmeza en la lucha es un valor, la radicalidad en las propuestas en siempre una tentación porque la vieja consigna de mayo 68 (“seamos realistas exijamos lo imposible”) da fuerza y convocatoria. Las reacciones defensivas desde el estado siempre son mal vistas y las soluciones de compromiso, muchas veces necesarias, son resistidas y criticadas.
 
Entre el realismo y la utopía, entre agendas estatales y reclamos sociales, entre instituciones rígidas de paredes cerradas y marchas ciudadanas sin fronteras en calles abiertas, entre organizaciones verticales y esfuerzos por conquistar adhesiones, las dinámicas relacionales son difíciles de reconciliar. Pero hacerlo resulta indispensable para hacer gestión pública sin renunciar a la lucha política, a la organización social y a la democracia participativa; en suma, para no ser administradores del estado sino transformadores de la sociedad.
 
Vamos a andar
¿Por qué siguen habiendo muchas izquierdas? Porque tienen distintos registros vitales, distintas historias, distintos pasados y distintos presentes, que ante el escaso desarrollo de un pensamiento unificador e integrador, están todavía cada una mirando la realidad desde su ángulo y haciendo política desde su posición su parcial mirada de futuro.
 
Ni solo Lima ni solo provincias, ni solo ecologistas ni solo igualitaristas, ni solo funcionarios públicos y alcaldes ni solo líderes sociales. Una gran articulación es necesaria, con todas las alas agitando el vuelo. Vamos a andar, con verso y vino tinto, para que por lo mismo, reviva la amistad; vamos a andar, con todas las banderas, trenzadas de manera, que no haya soledad.
 
Publicado en Hildebrandt en sus trece, 7 de junio de 2013

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